El autor
Isidro Tomasa trabaja en comunicación y marketing web, especialmente SEO, como responsable web, consultor freelance y docente. Si has llegado hasta aquí buscando información sobre mi perfil profesional, mejor visita la página de Isidre Tomasa en LinkedIn.
Nacido en Córdoba en 1977, desde su más tierna infancia ha querido convertirse en un ciudadano modélico, hacer deporte, vivir una vida sana libre de tabaco y todo tipo de drogas, salvar al mundo colaborando con al menos 15 ONG, lucir pañuelos palestinos, creer a pies juntillas en la ecología y el feminismo, ir todos los domingos a misa y socorrer a los desvalidos. También le gusta mucho contar mentiras.
Pero la amenaza sigue oculta en el subsuelo de Europa y me parece immoral malgastar estos píxeles hablando de mi mientras el lobby lésbico intergaláctico se conjura para esconder a todos los terrícolas los horribles crímenes del lesbianicrato ruso (1717-1721). Los encontraréis detallados en El ataque de las lesbis asesinas, pero es imperativo moral avanzaros aquí una muestra representativa [páginas 100 a 102]:
Protocolos para la fundación de lesbianicratos
«Pero lo más repulsivo de todo del lesbianicrato ruso eran sus cinco armas secretas para refundar la sociedad según los protocolos del GMIL (Gran Matriarcado Intergaláctico del Lesbianismo), a saber:
- la coñomitosis, que consistía en una revolucionaria forma de inseminación interlésbica por roce vaginal basada en las propiedades mutantes de la versión Lesbiathan 6.9 del virus del lesbianismo. Éste era su funcionamiento: algunos ovarios infectados mutaban de tal modo que producían óvulos dotados de cola y capacidad de engendramiento que se deslizaban por las trompas de falopio, cruzaban el útero, bajaban por la vagina y navegaban mediante la secrección vaginal hasta la otra vulva con la que se estuviera realizando la fricción sexual, la cual remontaban hasta inseminar los óvulos de la otra torti homicida con la que ésta se produciere. Así fecundaban unos coños a otros coños, y como eran todas unas pilinguis de mucho cuidado en lugar de besarse en las mejillas se saludaban rozándose las vaginas, de modo que se inseminaban constantemente, y al no ser ya necesarios los hombres para la reproducción de la especie los asesinaban si cabe más ferozmente.
- la coñificación: dícese de la castración de los genitales masculinos y posterior armamiento en su lugar de un coño artificial capaz de recibir óvulos colados y ser inseminado por ellos. Este método se desarrolló mediante unos atroces estudios clínicos con los desdichados prisioneros de los campos de exterminio de Alemania y Polonia y después se aplicó en cientos de vastos valles de toda Europa, donde se crearon auténticas granjas de hembras. Cuando una lesbi asesina daba a luz, la comadrona examinaba inmediatamente el sexo de la criatura y, en caso de que fuera macho, lo echaban a un lado y lo llevaban enseguida a una de estas granjas. Allí le practicaban una coñificación, le cortaban las piernas justo por encima de las rodillas y lo amarraban al suelo, como si fuera una vid, y en cuanto había crecido un poco venían las inseminadoras y fregaban sus vaginas contra su coño armado para que procreara nuevas lesbis asesinas o nuevos gestantes. De esta manera aquellas malditas ya no tenían que dedicarse a la reproducción y empleaban todos sus ardores en la guerra y en el sexo por mera perversión.
- la vulvipriación: esto consistía en una operación quirúrgica que estiraba la vulva y le ponían un pene de perro o un palo por dentro, de manera que algunas lesbis podían dar por el culo a otras y así se evitaba que las más putas recurrieran a los mastines o tuvieran la tentación de esconder a un infante para que las cubriera como en los viejos tiempos.
- el espermatrón, que era una máquina parecida a una cafetera que mediante unos filtrajes y removimientos convertía el flujo vaginal en semen. Las lesbis asesinas lo tomaban en discotecas, bares y terrazas, sobre todo en verano, bien fresquito, como si fuera horchata.
- las piruletas, que mucha gente desconoce que se inventaron entonces y para tan tristes fines, y lo cierto es que vienen expresamente recomendadas en los Protocolos para la Fundación de Lesbianicratos del GMIL para que las tortis homicidas no echen a faltar tener una polla en la boca y así no se traumaticen y puedan rendir de alimañas asesinas a tiempo completo. Por eso las piruletas son tradicionalmente de color rojo y sabor a fresa, porque de ésta manera recuerdan más a la cabeza de un pene erecto.
Y que conste que todo esto no lo cuento porque me procure placer alguno describir mutaciones espantosas ni inventar artificios repugnantes de los que surge la sangre a borbotones, sino porque muchas escritoras feministas y filolesbianas de tiempos posteriores han puesto en duda que esto sucediera de verdad y niegan la existencia de los crímenes del Lesbianicrato con sus teorías revisionistas. Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla, y por eso yo lo he escrito todo aquí para desenmascarar esas mentiras y hacer un bien público.»